Mi diestra la siniestra

Oscar G. Prada Pizarro

Anoche sorprendí a mi compañera y extensión encarnada de mi alma intentando estrangularme. Algo está pasando. La pillé con las manos en la masa y terminé por maniatarla, al menos, hasta la madrugada, por las dudas.

Hace como un puñado de millones de años, cuando la inconforme quiso librarse de ser un mero instrumento de locomoción, comenzó a pintarse la gran aventura de la evolución humana. Somos más deudores de la mano de lo que pensamos. Gracias a su iniciativa no sólo pudimos tirar piedras, defendernos, recolectar y cazar, sino que hicimos cosas grandiosas, como la domesticación del fuego, que, de un solo saque, permitió acortar los intestinos y alargar las horas de pensamiento.

A decir de Ernst Fisher, se trataría del verdadero órgano civilizatorio e iniciador de la evolución humana. El propio Anaxágoras, hace 25 siglos, más directo, apuntó: “el Hombre piensa porque tiene manos”. Y es que no sólo es la manija de la puerta que nos abrió, sino a entrada misma hacia el mañana. Ella y el cerebro -en uso de sus facultades, el pensamiento-, caminaron de la mano hacia un extraordinario ascendente, a la vez depredador y de codicia sin límites.

Con el tiempo, adquirió funciones sensitivas superiores a la de sus ancestros alcanzando el carácter de órgano sensorial y un dedo oponible más largo, al tiempo que el cerebro pasó de pesar 600 gramos a más del doble, con lo que todo esto supone. Hoy, raudos y afiebrados pulgares nos permiten rozar la omnipresencia, la omnisciencia y sentirnos omnipotentes.

Es mucho más que un manojo de dedos o, incluso, un extraordinario y complejo sistema de huesos y carne integrados magistralmente. Con razón, en la Sixtina, el mismísimo Miguel Ángel resolvió graficar la chispa de la vida dada por Dios al primer hombre con su índice todopoderoso, marcando el principio. Con razón Diego Armando, a esa misma extremidad divina, la usó como coartada para legitimar la trampa y la manipulación en el sobrevalorado deporte de miembros inferiores.

Los humanos difícilmente concebimos dios sin manos. La ejecutora de miles de millones de cosas y avances. La de la espada y de la pluma, del perdón, promesa, compromiso, caricia, juego, consuelo, comunicación, orden, aprobación, apoyo, asignación, creatividad, composición y la de rascarse las bolas; la que manufactura, mantiene, maneja, palpa, sujeta, educa, limpia, estrecha, socorre, cobija, repara, dispara, explora, investiga, estimula, araña, la que más sosiega y la que más turba.

No debemos olvidar que quien otorga reglas claras al mercado y prosperidad para la sociedad es la invisible de Adam Smith. El novio la pide para fundar la familia, base de la sociedad. Bajo nuestro sistema decimal -nacido de la cantidad total de dedos- medimos, concebimos y proyectamos el mundo. Cuevas en muchos lugares guarecen manos estampadas buscando comunicarse con la eternidad gritando “aquí estoy”. Engels manifestó que, en el tránsito evolutivo de la primitiva a la que tenemos, una vez libre, adquirió cada vez más destreza, transmitida y desarrollada por herencia. En su manuscrito, concluyó que no es solo órgano del trabajo, sino también producto de él.

La quiromancia, resguardada por generaciones de gitanas que transmiten su saber de mano en mano, demuestra que el destino está escrito en tu palma. Nunca tan temido ni tan amado como el pulgar del emperador. Hasta tiene un lenguaje y una escritura propios para que ciegos, sordos y mudos puedan participar de los beneficios de la sociedad. La literatura se ocupa de ella en miles de millones de versos y narrativas, como un cuento de Guy de Maupassant. También suman las manos orantes del pintor Alberto Durero para celebrar la generosidad del hermano y las de Eduardo Kingman, del dolor y maltrato indígena. Es tan grande, que sólo basta una para grandes hazañas, como la del Manco de Lepanto o la del Moto Méndez, por señalar dos en distintos campos.

Casi siempre coqueta, algunas, con uñas pintaditas o llenas de anillos y alhajas; otras, alardeando riqueza o poder, como el anillo besado del Padrino o el del Señor Oscuro Sauron, de Romero y luego de Bilbo Bolsón. Pero, pese a ser la depositaria de símbolos de fortuna, instrumentos de autoridad y de propiedades sobrehumanas, no le llegan a lo que la testera posee, en cuanto a elogios y reconocimientos se refiere. Mientras la agraviada se ve obligada a laurear el cerebro desde tiempos inmemoriales, reyes y dioses con todo tipo de coronas –hasta, una vez, una de espinas- para dejar bien claro la preponderancia de la máquina de pensar y sentir… Y comenzó a sentirse manoseada al tener siempre que ensuciarse las manos y condenada a atar huatos.

Como testimonio, cuenta la de un afanado Segundo que, ufanado de la actividad y sinapsis de sus escasas 70 mil neuronas, nunca pudo con el poder de mando del dedazo del Primero. Mientras muchos opinaban que las superioridades mentales del Segundo asían el poder detrás del trono, la diestra del jefe era la que mandaba con mano dura, apretaba, manipulaba, maniobraba, ordenaba, condenaba, corrompía, ocultaba, aprobaba, felicitaba.

Ahora, la era del Covid 19 proscribe a la mancillada, otrora aliada de la evolución. Ya nadie pone las manos al fuego por ella. Es más, todos se lavan las manos. La que un día nos liberó de las cavernas, puede traerse entre manos la venganza para sentar la mano al cerebro. Basta de apretones, confiancitas, caricias, palmaditas y abrazos, porque el intruso asesino microscópico puede estar usándola como caballo de Troya y, lo que es peor, a sabiendas.

Debemos estar vigilantes, que estitas también tienen su Mr. Hyde. La misma Biblia nos alerta de su voluntad: “no dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha”, mal creyendo de ser discreto con la caridad, más bien permite entrever su poder conspirativo. La mano amasa su venganza y busca la manera de su emancipación. Mano funesta que insulta, sanciona, empuña, golpea, lacera, latiguea, hiere, apuñala, cercena, tortura, asfixia, mata. Busca ganar de mano a la mente y sentarle la mano.

Ahora, debemos vivir muy pendientes de ella, no solo la del que digita el malestar desde las sombras, del que dibuja la corrupción y del que la mete en la lata, la mano política que amenaza y atenaza. Vigilantes de la conjura y la traición de nuestra compañera de antaño, la que cura, consuela y seca las lágrimas… la siniestra.

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