MIL RAZONES PARA AMARTE

Por: Mónica Navia Antezana
“Mil razones para amarte. Mil razones para odiarte”, corean eufóricos decenas de espectadores delante de la tarima en la que José Alberto Morales, vocalista de la banda de rock chuquisaqueño La Logia mira entre asombrado y confiado a su público. Sucedió en La Juntucha, un concierto que reunió en noviembre pasado a rockeros de toda Bolivia. Sergio, estudiante de música del Conservatorio Nacional, ha seguido a estos músicos desde hace dos años, porque según él “tienen alma”. Esto lo comparten sus amigos, quienes también cargan las letras de este grupo en sus mochilas junto a cuadernos de marketing y de redes. Son estudiantes universitarios y músicos jóvenes dispuestos a confiar en que el rock local es posible. No son los únicos: a mi lado escuchaba corear varias canciones una a una.
Rock chuquisaqueño, hasta suena raro. Me cuesta imaginarme a grupos contestatarios en la ciudad de Sucre, que se nos antoja, seguramente por mucho prejuicio, muy conservadora. De paso, rock fusionado con huayño y que, pese a ello, no se parezca tanto a Wara.
Poco después los vuelvo a encontrar en un local nocturno de La Paz. Es también una pequeña juntucha, con dos grupos de rock paceños. El desborde es el mismo, el local se vuelca hacia La Logia, que parece corear letras ya conocidas de la contracultura roquera, y que hasta pueden sonar a ratos a lugares comunes de este género musical. Pero algo tendrán, ya que provocan o alborotan de una manera diferente a las bandas precedentes. Me animo a convocar a José Alberto para conversar un poco. La cita: un domingo en el patio del Museo Nacional de Arte.
Cuando nos encontramos, lo observo curiosa con sus cabellos largos y desgreñados, su mirada entre tristona y dulce, y una ligera expresión de resistencia en los labios. Pero poco a poco se deja hablar y terminamos en una amena charla.
Por circunstancias casuales, siendo aún joven, aprendió a tocar guitarra con Matilde Casazola. Gracias a ella, leyó música por primera vez. Con ella también compartió la letra de una de sus primeras canciones. Durante ese tiempo, la lectura de sus poemas. Pepe, leyó y lee a Homero porque siente que en esa literatura está la fuerza del hombre. A ver… rastrearé en sus composiciones a estos escritores. No es necesario. Compone sus canciones sin demasiada concentración: “¿Acaso se escriben canciones como si se estuviera en una oficina de rock profesional?”, dice.  A él las canciones le nacen, se le aparecen ahicitos, en la vida. ¿Y de influencias? Se ríe: “Todo el día escuchas música obligada: en el minibús, te ponen villeras; en el centro comercial te joden con Luis Miguel y huevadas así. Todo eso influye aunque no quieras. Lo demás son listas de rock”.
Crisis de identidad de por medio (su madre, quechua, desprecia a su padre, aymara, por ser indio), comprende que sus padres le han prohibido hablar quechua o aymara como un acto de violencia contra ellos mismos; ahora entiende por qué la raya al medio que los padres tanto quisieron forzar en su peinado era imposible de lograr: También reconoce que en sus primeras composiciones notaba que había mundo indígena que él mismo reprimía, consciente de que eso “era de indios”. Ahora pone al público a bailar huayñorock, y todos felices y contentos.
En el concierto, Pepe sonríe. Hay motivos de alegría: puñados de jóvenes se arremolinan para tomarse una instantánea con él, para pedirle una dedicatoria o para saludarlo. Él accede generoso: “Siempre está dispuesto para hablar contigo”, comenta uno de sus seguidores. Y creo que algo de eso hay en sus letras que a ratos me dan la sensación de que le están hablando a un tú que de pronto soy yo. Es su manera de dirigirse al público, entre las canciones y dentro de ellas.
Ya de regreso a la casa, luego del concierto, una circunstancial compañera de viaje, una muchacha de la Zona Sur, accede a una rápida entrevista: “He subido a la ciudad sólo para ver a este grupo”. Mantiene su nombre en reserva porque sus papás no tienen idea de que fue a ese concierto. Algo debe haber que la música de La Logia cautiva así, me interrogo nuevamente. Al final de la entrevista, me respondo cual rockera trasnochada pensando en una canción: “Apenas no quiero nada”.



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