¡EXPRÓPIESE!

Carlos Alberto Montaner
Las expropiaciones vuelven a estar de moda en América Latina. El presidente Chávez las llegó a convertir en un frecuente espectáculo televisivo. «Exprópiese», decía ante cualquier compañía que le parecía conveniente pasar al sector público, apuntando con el índice como si fuera un Harry Potter socialista. Hace poco la furia expropiatoria le llegó a la presidente Cristina Fernández. La víctima fue la española Repsol. Tras un simple trámite perdió su filial YPF y ahora discuten el monto de la indemnización. Probablemente será muy bajo. En esas transacciones, el monto que se alcanza suele ser un tercio de lo que se solicita.
A los gobiernos que se apoderan de lo ajeno les resulta muy fácil hacer las cuentas del Gran Capitán, entre otras razones, porque en los países neopopulistas cualquier relación entre la ley y la justicia es pura coincidencia. En esos ambientes, apelar a los tribunales suele ser una manera heroica de practicar la coprofagia. El último gobernante que lo hizo ha sido Evo. El 1° de mayo tuvo la cortesía de regalarles a los obreros de Bolivia una empresa, también española, que distribuía energía eléctrica. Ignoro por qué no les regaló a los hijos de los obreros unos McDonald`s o una cadena de pizzerías.
Expropiar, no obstante lo popular que resulta, es un camino generalmente corto hacia el desastre económico. El capital se esconde, huye o se inhibe de llegar a sitios donde corre peligro. Por otra parte, la empresa expropiada no tarda en convertirse en un saco sin fondo, ineficiente y tecnológicamente atrasada, permanentemente necesitada de inyecciones de capital para que no se hunda bajo el peso de la corrupción y el clientelismo.
¿Por qué el Estado es un empresario tan rematadamente malo? Sencillo: porque al Estado lo dirigen los políticos. Los fines que estos persiguen son diferentes y opuestos a los de los propietarios de los negocios. A los políticos no les interesa la rentabilidad y las utilidades para invertir y continuar creciendo, sino controlar para beneficiarse y beneficiar a sus partidarios. Tampoco les conviene adversar a los sindicatos. Es mejor complacerlos. Total: el dinero con que se paga a los empleados públicos no proviene del bolsillo propio sino del nebuloso producto de los impuestos. Es lo que los españoles llaman «disparar con pólvora del rey». Le cuesta a otro.
El negocio de los políticos es ganar elecciones. Es una especie voraz que se alimenta de votos, de aplausos y, cuando son deshonestos, del dinero ajeno. Por eso es un error poner a un gobierno a operar una fábrica de pan. Al cabo de cierto tiempo el pan no alcanzará, resultará carísimo y, encima, saldrá duro. Donde las sociedades son sensatas y las gentes quieren progresar, en lugar de expropiar negocios y constituir ruinosos Estados-empresarios, lo que hacen los políticos más sagaces, impulsados por sus electores, es propiciar la incesante creación de un denso tejido empresarial privado que paga impuestos para beneficio de todos. Eso sí: en esas sociedades los políticos tienen mucho menos poder relativo que en el siempre crispado mundillo neopopulista. Por eso les va mucho mejor,
Carlos Alberto Montaner
 
Las expropiaciones vuelven a estar de moda en América Latina. El presidente Chávez las llegó a convertir en un frecuente espectáculo televisivo. «Exprópiese», decía ante cualquier compañía que le parecía conveniente pasar al sector público, apuntando con el índice como si fuera un Harry Potter socialista. Hace poco la furia expropiatoria le llegó a la presidente Cristina Fernández. La víctima fue la española Repsol. Tras un simple trámite perdió su filial YPF y ahora discuten el monto de la indemnización. Probablemente será muy bajo. En esas transacciones, el monto que se alcanza suele ser un tercio de lo que se solicita.
A los gobiernos que se apoderan de lo ajeno les resulta muy fácil hacer las cuentas del Gran Capitán, entre otras razones, porque en los países neopopulistas cualquier relación entre la ley y la justicia es pura coincidencia. En esos ambientes, apelar a los tribunales suele ser una manera heroica de practicar la coprofagia. El último gobernante que lo hizo ha sido Evo. El 1° de mayo tuvo la cortesía de regalarles a los obreros de Bolivia una empresa, también española, que distribuía energía eléctrica. Ignoro por qué no les regaló a los hijos de los obreros unos McDonald`s o una cadena de pizzerías.
Expropiar, no obstante lo popular que resulta, es un camino generalmente corto hacia el desastre económico. El capital se esconde, huye o se inhibe de llegar a sitios donde corre peligro. Por otra parte, la empresa expropiada no tarda en convertirse en un saco sin fondo, ineficiente y tecnológicamente atrasada, permanentemente necesitada de inyecciones de capital para que no se hunda bajo el peso de la corrupción y el clientelismo.
¿Por qué el Estado es un empresario tan rematadamente malo? Sencillo: porque al Estado lo dirigen los políticos. Los fines que estos persiguen son diferentes y opuestos a los de los propietarios de los negocios. A los políticos no les interesa la rentabilidad y las utilidades para invertir y continuar creciendo, sino controlar para beneficiarse y beneficiar a sus partidarios. Tampoco les conviene adversar a los sindicatos. Es mejor complacerlos. Total: el dinero con que se paga a los empleados públicos no proviene del bolsillo propio sino del nebuloso producto de los impuestos. Es lo que los españoles llaman «disparar con pólvora del rey». Le cuesta a otro.
El negocio de los políticos es ganar elecciones. Es una especie voraz que se alimenta de votos, de aplausos y, cuando son deshonestos, del dinero ajeno. Por eso es un error poner a un gobierno a operar una fábrica de pan. Al cabo de cierto tiempo el pan no alcanzará, resultará carísimo y, encima, saldrá duro. Donde las sociedades son sensatas y las gentes quieren progresar, en lugar de expropiar negocios y constituir ruinosos Estados-empresarios, lo que hacen los políticos más sagaces, impulsados por sus electores, es propiciar la incesante creación de un denso tejido empresarial privado que paga impuestos para beneficio de todos. Eso sí: en esas sociedades los políticos tienen mucho menos poder relativo que en el siempre crispado mundillo neopopulista. Por eso les va mucho mejor…



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