Mauricio Aira
Si de algo pueden servir los últimos incidentes en Bolivia es que hemos conocido más de cerca y de una manera brutalmente contundente el poder de la mentira y la distorsión de los hechos. Ya los medios como Los Tiempos han dejado ver que la alegre acusación de estarse gestando un golpe de Estado sin ofrecer la mínima prueba, ni presentar a los operadores constituye grave muestra de irresponsabilidad ante la población la más afectada, rompiendo desde las alturas del poder la pacífica convivencia y la tranquilidad, más al contrario “caminando hacia el precipicio”. En lugar de apelar a conocidas tácticas dictatoriales de profusa difusión de avisos pagados y de cadenas de desinformación y distorsión, que algunos han llamado de abierta incitación a la violencia, podría el régimen mostrar autenticidad, coherencia, sinceridad, es decir la verdad. ¿Qué es la verdad? Preguntó Pilatos al Salvador que no le respondió. La verdad es lo que pensamos como bueno y que será en verdad correcto cuando coincida con “lo realmente bueno para la persona según su modo de ser establecido por el Creador”. Si sólo existiera un ápice de verdad en la Administración del Estado, las cosas serían muy diferentes a la proliferación del embuste que abruma y atormenta a los ciudadanos cada día. El Deber se refirió al elevado cuadro febril de altos funcionarios. Al repetido embuste, sin sólido sustento, ante una ciudadanía que cree menos en las versiones oficiales que en la socorrida referencia golpista, camuflada en la protesta policial la cual parece superada por lo que se espera sin demora y en detalle las explicaciones de alarmas lanzadas a voz en cuello para atemorizar. Atendible su pedido “dejen de actuar como un sindicato, atrincherados en posturas beligerantes e ideologizadas y abocarse a buscar soluciones con apego a la Ley”. Manejar el Estado lanzando insultos por los medios, lleva a la inestabilidad, la beligerancia impide encontrar salidas oportunas a cada conflicto. Ya lo decía un pensador “inútil contratar yatiris que divinicen al caudillo, escribanos sin cordura, y si los golpistas son cuatro, cinco, seis ¿porqué no identificarlos y ponerlos a buen recaudo? Es que en verdad no hay tal golpe, ni aprestos del mismo. Lo que hay es desgobierno, falta de credibilidad, desconfianza y ausencia de planteamientos oportunos a los conflictos, de modo que siguen su curso desesperado y llevan sus causes a la crisis que aflora en acciones violentas y de confrontación. ¿O acaso es lo que se busca intencionadamente? Ha quedado a la vista que la Democracia es tan sólo un medio para haber llegado al poder y para sostenerse en el mismo, vale hasta tanto cuanto el MAS necesite “legitimar su presencia” para la exportación. La democracia tiene defectos pero es imprescindible para el cambio de verdad y no el embarnizado, otros llaman el nuevo look, la apariencia de tal, o sea lograda la victoria electoral al traste con las normas y sí a vulnerar los derechos ciudadanos como la libertad de expresión. De nuevo testimoniamos la humillación de un periodista que se atrevió a indagar por las provocaciones a que incitaba el Vicepresidente García, que lo tuvo expuesto ahí, mientras apostrofó en su contra, sin concederle el derecho de réplica y justificando que “sus periodistas produzcan un programa de TV desde sus oficinas públicas” Si empezamos reclamando la verdad, terminaremos condenando la mentira. Si la mentira nos convierte en esclavos la verdad nos hace libres, es la percepción positiva y enaltecedora del que no tiene nada que ocultar ni de qué ocultarse. La mentira tiene mil facetas, utiliza muchas caras y nace de sentimientos que no responden a los hechos, usada desde el poder es una aberración (error grave fuera de lo lícito) y una falacia (argumento falso que parece verdadero para inducir al error y al engaño)
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