Franco Gamboa Rocabado
El ejercicio del poder está vinculado directamente a los impulsos de la dominación para disponer sobre una serie de recursos. Se puede decidir para echar mano de dinero pero al mismo tiempo, afectar la vida cotidiana de cientos o miles de personas. El poder, probablemente se condensa en aquella posibilidad de utilizar individuos y factores materiales, frente a lo cual muchas veces es difícil oponer una resistencia. El filósofo político, Carl Schmitt (1888-1985), consideraba que el poder era decidir y la decisión constituía una fuente de soberanía política.
En las versiones tecnocráticas sobre la reforma del Estado siempre están presentes dos posiciones: por un lado, la agenda de cambios democráticos y por otro, la discreta ilusión de un liderazgo capaz de tomar medidas estratégicas en cualquier momento. Precisamente es en este ámbito donde normalmente se oscurecen algunos aspectos teóricos e ideológicos, como por ejemplo los mecanismos permanentes para la toma de decisiones que se manifiestan en los sistemas presidenciales o parlamentarios. Aquí, Carl Schmitt posee una influencia inusitada, pues aunque sin citarlo, varios enfoques neo-institucionalistas replantean problemáticas relacionadas con las formas de compatibilizar la participación democrática, el liderazgo eficiente para articular consensos y las estrategias de estabilidad política, que muchas veces se alejan de los pre-requisitos en torno a la soberanía democrática como fuente última para viabilizar la legitimidad.
El libro “Teología Política, Cuatro Ensayos sobre la Soberanía”, otorga a Schmitt las ventajas de haber formulado una visión realista respecto a la soberanía como un conflicto entre la soberanía del derecho en contraposición a la soberanía del Estado, que finalmente demanda la intervención directa de un esfuerzo que imponga decisiones, tanto en las situaciones de excepción, la administración constante del poder y en las crisis políticas.
La cuestión central se encontraría en “quién garantiza la toma de una decisión en última instancia”, soportando la responsabilidad del mando y abriendo las puertas al liderazgo como fuerza que pone en funcionamiento un gobierno o una autoridad. Para Schmitt, la soberanía sabe tomar decisiones, convirtiéndose en el eje que expande su vigencia hasta la actualidad porque soberano sería únicamente aquel quien “decide sobre el estado de excepción”. La identificación de un fuerte privilegio que tienen las decisiones en los asuntos públicos y la praxis política, emparenta completamente a Schmitt con las doctrinas sobre la tecnocracia y el New Public Management.
El enfoque decisionista de Schmitt descansa en la imposición del liderazgo o la autoridad política específica que ejerce el poder. El líder asume la responsabilidad global del orden político. No importa si dicho orden político está secularizado y racionalizado en un ámbito moderno del Estado burocrático identificado con el derecho, sino que el ejercicio de la soberanía política se aleja de sus principios como voluntad popular, transformándose en la voluntad personal del líder con la autoridad eficiente para decidir sobre el destino de un estado de excepción.
Si soberano es aquel que decide en un estado de excepción, entonces las tecnologías decisionales sobre las organizaciones eficientes del siglo XXI que hoy día tienen tanto atractivo, convierten a las teorías de la democracia en un rodeo intelectual superfluo, sin ningún tipo de efectos verdaderos en las arenas reales de la política. Las preocupaciones por el orden y la soberanía del decisor convierten a las demandas democráticas en un reclamo por ciertas dosis autoritarias de mayor poder, el cual va a depositarse en pocas manos.
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