CRÓNICA DE UN FIASCO ANUNCIADO

Fernando Salazar Paredes
Las expectativas del gobierno con respecto al tratamiento del tema marítimo en la OEA estuvieron sobredimensionadas de cabo a rabo. Si bien, dado el manejo de nuestra política exterior en los últimos años, presentíamos lo que iba a ocurrir, no dejábamos de esperar –con legítimo patriotismo– que el país tuviera éxito.
El Gobierno pretendía profundizar la multilateralización del tema y recabar el apoyo de la OEA para que coadyuve en la revisión del tratado de 1904. Nadie, ni Venezuela, Ecuador o Nicaragua –aliados ideológicos– se alinearon con la posición esgrimida por Bolivia.
¿Y nuestros compañeros de ruta? México estuvo tibio; Colombia casi beligerantemente opuesta; Uruguay repitió el libreto chileno; Perú por primera vez no respaldó la aspiración boliviana; Argentina reflejó una ambigüedad comparable a la equidistancia de Insulza. Estados Unidos se cobró los agravios de parte del Gobierno Plurinacional. El canciller brasileño ni siquiera vino.
Dos palabras fueron el común denominador: bilateralidad y estricto respeto al derecho internacional. Con ello los países lanzaron una fuerte señal a Bolivia: la OEA no es el foro para tratar el tema porque este es bilateral y los tratados se respetan. Es decir, todo lo contrario de lo que el país postulaba antes y durante la asamblea.
Más allá del discurso del canciller, el resultado de las negociaciones y cabildeos es lo que en verdad cuenta. Y en ello, Chile demostró eficacia y eficiencia diplomáticas. Los postulados bolivianos fueron neutralizados fácil y hábilmente.
Bolivia exteriorizó incoherencia estratégica y falta de habilidad negociadora. Afloró el aislamiento del país y la ausencia, ahora evidente, de una política exterior de Estado. Encima, se dispersó el tema marítimo con el planteamiento de otros que, aunque importantes, restaban fortaleza a nuestro objetivo central. En política exterior no puede haber un desempeño chapucero, no se puede actuar emotivamente, sin exponerse al fracaso y la frustración que, a la larga, es atentar contra los intereses del país y el sentimiento profundo de todo un pueblo.
Este fiasco debe motivar al Gobierno a la reflexión. No se está transitando el camino adecuado. La confrontación no es el instrumento conveniente. Si no tenemos claro a dónde y cómo queremos conseguir nuestro objetivo, seguramente experimentaremos contratiempos. Si se añade que nuestros negociadores son ineficaces e ineficientes, por falta de oficio diplomático, es inevitable anticipar fiasco tras fiasco.
Basta de improvisar con ingenieros hidráulicos, abogados tributaristas, militares en necesidad de medicinarse o pintorescos maestrillos, en el delicado arte de la negociación diplomática. El país requiere de un manejo serio, responsable e idóneo de su política exterior. La simpatía que irradiaba nuestro presidente en los primeros años de su gestión ahora es un recuerdo lejano. A la reunión de la OEA no asistieron ni la mitad de los cancilleres del hemisferio. Es otra señal que nos lanza la comunidad hemisférica.
El vivir bien en una comunidad de Estados requiere compartir muchas cosas, entre ellas cosmovisiones que busquen la complementariedad, no el antagonismo; el diálogo, no la confrontación y, finalmente, la capacidad de persuadir razonadamente de lo que se busca como unidad política diversa.
Si no se analiza el porqué de este fracaso y se enmienda el rumbo, el Gobierno seguirá experimentando fracasos en su relacionamiento externo y cosechando vergüenzas que acabarán estigmatizando a todo un pueblo. Como Antonio Gramsci solía sostener, para que la autocrítica sea operante, esta debe ser “despiadada, que en esto consiste su mayor eficacia”.
¿Será que el Gobierno está en condiciones de realizar una autocrítica o se abocará, como el viceministro de Relaciones, a tratar de autoconvencerse, sosteniendo que el corolario de esta asamblea no es una victoria para Chile, ni una derrota para Bolivia?
En el fútbol, los jugadores son los que meten los goles, en las relaciones internacionales son los diplomáticos los responsables de las victorias o derrotas. Cuando, hace poco, el presidente Morales hizo alusión al fútbol y a las relaciones exteriores, quién sabe si estaba intuyendo lo que se debe hacer después de los fiascos como los que se acaba de experimentar, tanto en la diplomacia como en la cancha.



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