La ciudadanía en Bolivia está políticamente polarizada. Por un lado, los partidarios del gobierno y, por otro, un abigarrado conjunto de opositores que son parte de corrientes políticas dispersas que, desde 2006 hasta ahora, solo tuvieron en común el rechazo a la gestión y a la orientación neopopulista del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS).
Las diferencias y las pugnas opositoras hasta ahora sólo han favorecido a un régimen cuyo fin es lograr, por todos los medios, hegemonía, centralismo y uniformidad, en desmedro de la democracia, de la separación de los poderes del Estado y de la vigencia plena del Estado de Derecho.
La paulatina y autoritaria concentración del poder del MAS en este septenio, y la poca confianza popular en la administración electoral como instrumento que permita la alternancia en el poder, además de la persecución en la forma de acoso judicial, fueron minando la posibilidad de conformar un frente opositor unificado.
“No hay oposición” fue –y aún es– una repetida queja ciudadana, pues esta es esencial para la vida democrática. Convencido de esta ausencia, el presidente reitera que la oposición a su gobierno es la prensa independiente, a la que con frecuencia acusa de estar “al servicio del imperialismo”.
Para el MAS habían dejado de existir las corrientes políticas diferentes a la suya. Pero esta historia hegemónica, tan característica del neopopulismo, ya comienza a cambiar. Los ciudadanos con mayor frecuencia se preguntan cómo desean vivir a partir de 2014, y se interesan cada vez más en alternativas políticas confiables.
La reciente elección del señor Carmelo Lens como gobernador del departamento del Beni, muestra que es posible que irrumpan en el escenario político alternativas viables, distintas al llamado “proceso de cambio”. Este ejemplo de unidad opositora fue una exitosa respuesta democrática al populismo y, ciertamente, es la expresión de la necesaria alternancia para corregir errores y dar un giro político para que predominen la ley y las libertades ciudadanas.
Por supuesto que la simple unidad no es garantía de coherencia política. Pero tampoco la dispersión sectaria es una alternativa deseable. Las coincidencias esenciales, para dar contenido a la unidad democrática, deben fundarse en compromisos concretos: hacer respetar los derechos civiles y las libertades económicas, de expresión, de disentir y de asociación, y la garantía de una administración de justicia independiente y proba.
La cuestión es cómo queremos vivir: sometidos o en libertad.
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