Ignorar posee al menos tres acepciones y conductas: el que no sabe lo que pasa y calla, escucha y acata; el que sabe, ve, siente pero en defensa de un interés -o de su honra- no admite la realidad; y la de quien, soberbio, pontifica sobre lo que no sabe. Puede suceder que ignore lo que conoce y así contradice para ocultar una verdad o relativizarla a su favor.
Suelen los que ignoran o los ignorantes generalizar, descontextualizar u ocultar parte de la historia. Tercos, mueren en la raya. Ignorar puede ser hermano siamés de mentir o el veneno doloso que asesina la obligación oficiosa de hacer justicia.
Ignorar ciega para no detener el daño ni parar el delito a la luz del día, para desconocer la invasión de bienes de la Nación u otro atropello en contra de la dignidad humana y el menosprecio a la familia.
Por comodidad se desacata la obligación de defender el Patrimonio Ecológico de la Nación, no se protege la integridad del territorio, la soberanía, obligación ignorada por Armada, obligada a proteger, impedir y controlar abusos y excesos.
Nuestra “incultura de la transgresión”, se nutre de las tres acepciones del verbo ignorar: ¡no sabía! ¡No me di cuenta! ¡Lo hice y qué!
La ignorancia es el pestilente alimento de los sofistas y, ante sus jueces, la de infractores y sus compinches.
En cada verano hay inundación y más damnificados. El Estado y la realidad hablan: es zona de alto riesgo, los agentes oficiosos dicen que no. La ignorancia sofista asevera: “todos están en iguales condiciones”.
Al ignorar desafían la ley porque con los rellenos violan el código Penal y la Constitución Política del Estado. Los Gobernantes en cualquier estamento, ignoran su obligación de gobernar. La insensatez antecede la tragedia.
En la lucha ecológica la ignorancia es el arma del que inadvierte prohibiciones y sanciones que no se imponen. Se ignora que ignorar la ley no sirve de excusa.
Contra una ilegal sentencia de prescripción en algún lugar, la Corte Suprema me negó una tutela porque el juez de la época no tenía como darse cuenta de que el agua era agua. La ignorancia validadora del robo de lo imprescriptible.
Ante una tala en zona de riesgo cierta autoridad dijo: ¡el mapa está equivocado! Ignora con intención que una Ley derogó el anacrónico “derecho” de vender las orillas de los cuerpos de agua porque son imprescriptibles e intransferibles.
El vecino ignoró que el rio Guadalquivir era protegido por el Ministerio del medio ambiente, y solo le advirtieron después de que otros vecinos habían “aprovechado,” mejor, y ahora está destrozado un rico ecosistema, hoy seco y sin rellenar. El vecino dijo: no sabía.
No hay ley para rellenar el Guadalquivir. La sentencia es breve: la ignorancia es atrevida y con dinero de por medio, malintencionada.
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