COMO AL JOVEN DEL EVANGELIO
¿Recuerdas la historia?
Es encantadora: Un día Jesús hablaba a un grupo de gentes… Llega un joven apuesto, como nuestro Roque y le pregunta:
“Maestro bueno ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?
Guarda los mandamientos… y después ven y sígueme…”
El joven era rico y le dolía dejar todas sus riquezas y no siguió a Jesús… ¿Se salvó?…
Nuestro Roque, joven elegante y roco, pero huérfano estaba un día orando muy fervorosamente y meditando el testamento que le había dado su buen padre antes de morir y oyó una voz que le decía:
“Hijo mío, no olvides lo que yo dije en el Evangelio: Si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres y sígueme…”
Roque no lo dudó más. Todas sus enormes riquezas las distribuyó entre los más pobres de aquella región de Montpellier. Celebró honras fúnebres muy solemnes por el alma de sus amados padres…, y rotas ya todas las ataduras de este mundo, se puso en camino hacia los sagrados lugares de Roma… donde reposaban los cuerpos de los santos San Pedro y San Pablo…
En aquella época estaba de moda, podemos decir, peregrinar a estos santos lugares y a Santiago de Compostela. Se daba de muchos Santos y Santas que hacían voto de hacer a pie con grandes sacrificios éstas peregrinaciones.
Roque, valiente, con el tesón necesario para las grandes empresas, venció cuantos obstáculos le salían al paso para cumplir sus propósitos.
UN TOZUDO ARAGONÉS
Es proverbial la tozudez de los aragoneses. Dicen que somos capaces de pasar una viga atravesada y de clavar al revés un clavo en la pared…
Roque era un poco aragonés ya que en aquel entonces su patria era propiedad del Monarca de este reino de Aragón.
Con sólo la ropa puesta y un pequeño ato a las espaldas se puso en camino puesta su confianza en el Señor.
El sabía que le separaban muchos días de arduo camino hasta llegar a la ciudad eterna de Roma…
Antes de llegar allá al pasar por la ciudad de “Acquapendente” se encontró con algo inesperado: La peste diezmaba la ciudad… Eran muchos los miles de apestados que morían en aquella región.
Por las calles no se podía transitar porque los apestados, aunque tenían órdenes de retirarse afuera de los poblados, muchos no hacían caso y eran la causa de que la peste se propagara…
Para prevenir los apestados e incluso para curarlos a los más pudientes se les había instalado un hospital pero era imposible encontrar ni pagando grandes sumas voluntarios para atender a los apestados. Solamente había algunos voluntarios, religiosos que lo hacían por vocación y entrega al Señor…
Roque se presentó al director del Hospital y le dijo:
Por caridad le ruego que tenga la bondad de admitirme para poder atender gratis a los enfermos de peste…
No, no puedo admitirle. Usted se ve, que es un joven rico y delicado. Será muy pronto, si entra aquí, pasto del mismo mal.
“Por caridad, admítame. Ya verá como el Señor me protegerá… y me veré libre de la peste…” Y así fue.
¿Recuerdas la historia?
Es encantadora: Un día Jesús hablaba a un grupo de gentes… Llega un joven apuesto, como nuestro Roque y le pregunta:
“Maestro bueno ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?
Guarda los mandamientos… y después ven y sígueme…”
El joven era rico y le dolía dejar todas sus riquezas y no siguió a Jesús… ¿Se salvó?…
Nuestro Roque, joven elegante y roco, pero huérfano estaba un día orando muy fervorosamente y meditando el testamento que le había dado su buen padre antes de morir y oyó una voz que le decía:
“Hijo mío, no olvides lo que yo dije en el Evangelio: Si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres y sígueme…”
Roque no lo dudó más. Todas sus enormes riquezas las distribuyó entre los más pobres de aquella región de Montpellier. Celebró honras fúnebres muy solemnes por el alma de sus amados padres…, y rotas ya todas las ataduras de este mundo, se puso en camino hacia los sagrados lugares de Roma… donde reposaban los cuerpos de los santos San Pedro y San Pablo…
En aquella época estaba de moda, podemos decir, peregrinar a estos santos lugares y a Santiago de Compostela. Se daba de muchos Santos y Santas que hacían voto de hacer a pie con grandes sacrificios éstas peregrinaciones.
Roque, valiente, con el tesón necesario para las grandes empresas, venció cuantos obstáculos le salían al paso para cumplir sus propósitos.
UN TOZUDO ARAGONÉS
Es proverbial la tozudez de los aragoneses. Dicen que somos capaces de pasar una viga atravesada y de clavar al revés un clavo en la pared…
Roque era un poco aragonés ya que en aquel entonces su patria era propiedad del Monarca de este reino de Aragón.
Con sólo la ropa puesta y un pequeño ato a las espaldas se puso en camino puesta su confianza en el Señor.
El sabía que le separaban muchos días de arduo camino hasta llegar a la ciudad eterna de Roma…
Antes de llegar allá al pasar por la ciudad de “Acquapendente” se encontró con algo inesperado: La peste diezmaba la ciudad… Eran muchos los miles de apestados que morían en aquella región.
Por las calles no se podía transitar porque los apestados, aunque tenían órdenes de retirarse afuera de los poblados, muchos no hacían caso y eran la causa de que la peste se propagara…
Para prevenir los apestados e incluso para curarlos a los más pudientes se les había instalado un hospital pero era imposible encontrar ni pagando grandes sumas voluntarios para atender a los apestados. Solamente había algunos voluntarios, religiosos que lo hacían por vocación y entrega al Señor…
Roque se presentó al director del Hospital y le dijo:
Por caridad le ruego que tenga la bondad de admitirme para poder atender gratis a los enfermos de peste…
No, no puedo admitirle. Usted se ve, que es un joven rico y delicado. Será muy pronto, si entra aquí, pasto del mismo mal.
“Por caridad, admítame. Ya verá como el Señor me protegerá… y me veré libre de la peste…” Y así fue.
No se sabia quien era más perseverante si al director de aquel hospital que reunía a todo lo deshecho por la peste o aquel joven elegante y caritativo que sólo deseaba entregarse de lleno al cuidado de los necesitados.
El director insistía:
“Usted no va a poder resistir todo esto. Usted se cansará muy pronto y sobre todo muy grande será mi responsabilidad si usted coge también la peste… Por favor, márchese a otro lado…”
“Mire, señor director, permítame por amor de Dios, aunque no sea más que para probar. Si pasados unos días usted no queda satisfecho de mi ayuda y comportamiento ya verá usted como me marcho… Pero, por favor, déjeme entregarme al cuidado de éstos pobres enfermos en los que yo veo al mismo Jesucristo y que tanta necesidad tienen de amor y de cuidados… Yo se les daré…”
No pudo resistir a tanta insistencia y fue admitido Roque en aquella casa de dolor… Pronto se ganó la simpatía de todos. Recorría las salas y a todos llevaba el consuelo, el cariño y lo que más valía… hasta la misma curación.
“Hermano, no sufra, decía a uno, pronto se curará. Ya lo verá. Vamos a rezar un Padre Nuestro… vamos a rezarle a la Virgen María… tenga fe en Jesús y María…”A otro le llevaba algo de comer y le animaba a que lo tomase:
“Hermano, hermana, haga un esfuerzo por Jesús. Tómese esto. Ya verá que le hará bien y pronto se pondrá bien del todo y podrá volver a los suyos…”
Y así a un tercero, a un cuarto… hasta llegar a todas partes. Parecía que su caridad tenía alas y volaba de cuarto en cuarto y de cama en cama… Por ello todos decían: “Un ángel ha bajado un ángel del cielo”.
TRES AÑOS EN ROMA
Los apestados de Acquapendente ya estaban casi curados por completo y en su corazón seguía bullendo su gran ilusión de ir a postrarse ante las tumbas sagradas de los Apóstoles San Pedro y San Pablo en la ciudad de Roma… y habiéndose despedido de la dirección y de los pocos enfermos que quedaban en aquel gran hospital… se puso en camino hacia Roma…
Pero de camino se encontró con otras ciudades que también estaban sufriendo el azote de la peste. En este tiempo eran bastante comunes estas pestes ya que no disfrutaban de los medios de higiene que ahora gozamos y además porque era muy frecuente el trasiego entre Oriente y Occidente y de aquellas partes lejanas solían traer estas calamidades a la pobre Europa…
Cuando Roque hizo en Acquapendente lo repitió en las ciudades de Rímini y Cesena…Las escenas eran sumamente aleccionadoras… Los apestados llenaban las calles y los alrededores de las poblaciones… Roque cargaba a sus espaldas a los pobres enfermos y los llevaba de una parte a otra. Los alimentaba, los curaba, los besaba y abrazaba con un amor y entrega como si lo hiciera al mismo Jesucristo.
Por fin llegó a Roma… la santa ciudad que conservaba tantos y tan sagrados recuerdos de Santos y Mártires… Corrió a postrarse ante las sagradas tumbas de los Príncipes de los Apóstoles y allí pasaba horas interminables.
A pesar de que abundaban los peregrinos pronto empezó a correr la voz de que había un peregrino singular. El Papa estaba en el destierro de Aviñón, pero los cardenales y otras ilustres personalidades igual que la gente sencilla, acudía, a él para verle y pedirle consejo.
LE VISITA LA PESTE
En Roma le iba todo demasiado bien y aquello no podía seguir así. Era demasiado bien considerado y no le faltaba nada… Quisieron llevárselo a sus palacios los grandes de Roma pero él lo desechó siempre. Un día un cardenal le dijo:
Joven, veo que usted es el elegido del Señor. Piense en que podía hacer un gran bien como sacerdote y después como ilustre purpurado en la iglesia de Jesucristo… ¿Quiere que le hable de ello al Santo Padre que está en la ciudad de Aviñón, cerca de donde usted viene ahora?
El joven Roque que oyó aquellas lisonjeras palabras huyó de ellas como si hubiera sido de un feroz enemigo ¿Cómo, el pobre ignorante y gran pecador podía llegar a ser cuanto aquel ilustre purpurado le proponía?… Otras veces recorría las calles de Roma para ver si daba con algunos enfermos y pobres que era su gran apostolado y se encontraba con gentes que le conocían y gritaban:
“Por ahí va el santo, por ahí va el santo…”
Pronto se dio cuenta que aquel ambiente no era para él y salió de Roma en dirección de Plasencia donde había oído que también estaba azotada tristemente por la peste. Se dirigió al hospital de la ciudad y pidió ser admitido para poder cuidar a los apestados. Aquí no se encontró tanta resistencia para ser admitido como en Acquapendente, pues él mismo dijo que ya tenía experiencia en el oficio y que lo haría lo mejor posible… Una noche mientras dormía oyó la voz del Señor que le decía:
“Hijo mío, grande ha sido tu valor entregándote a cuidar a los enfermos por amor mío. Sé valiente ahora ya que tú mismo vas a padecer esos males de la peste…”
EL RICO SE HACE PORDIOSERO
Mientras curaba a los apestados en Plasencia él mismo cogió la enfermedad de la peste. Le vino una fuerte fiebre y unos terribles dolores que pronto se extendieron a todo su cuerpo… Trataron de curarlo pero… nada se pudo hacer. Fue puesto entre los demás apestados en el mismo hospital… Y él que sabía muy bien que no podía ir por la ciudad, un día, arrastrándose como pudo, salido del hospital y empezó a caminar hacia el despoblado.
A muchos que él había curado los encontraba ahora y reconocían pero nadie le echaba una mano por miedo al contagio. ¡Así somos de olvidadizos e ingratos…! Lo que él hacía por los demás nadie se atrevía ahora a hacerlo por aquel hombre que por su caridad había sido presa de la misma peste… En las afueras se metió en una pobre covacha que había para los animales. Allí es donde acudía cada día el perro del rico Gotardo para llevarle el panecillo… Allí es donde el Señor hizo brotar milagrosamente una fuente de cristalina agua para que serenase aquella sed abrasadora.
Gotardo al descubrir quién había allí, un día se atrevió a acercarse ya que su perro lo hacía. Él mismo se dijo para sí: “Este debe ser un hombre de Dios, ya que hasta los mismos animales le quieren y ayudan en su enfermedad”.
Y fue a visitar al joven apestado: “No, no, no os acerquéis aquí, le gritó el joven Roque, yo estoy apestado y puedes contagiarte”. No me importa. ¿Va a ser más generoso mi perro que yo?”
Y desde entonces se puso a su cuidado… Abandonó su rico palacio y fue mendigando puerta por puerta para atender a Roque y a sí mismo.
Roque y Gotardo en medio de su común desgracia encontraban una inmensa paz interior… Sufrían por Cristo y esto es lo que buscaban el maestro y el discípulo; el pobre y el rico. Los dos habían abandonado todas sus riquezas por seguir a Jesucristo… Gotardo debía sufrir más aún por Jesucristo ya que era humillado por sus miembros súbditos y entre sus mismas gentes: Antes tan rico y considerado y ahora hecho la irrisión de cuántos le veían… Vestido de mendigo y pidiendo de puerta en puerta… para alimentarse a sí mismo y aquel pobre apestado… Por fin un día Roque suplicó a Gotardo:
“Hermano mío, llévame a las puertas de la ciudad pues debemos hacer algo allí. El señor quiere manifestar ya su perdón y su misericordia para con esta ciudad…”
Una vez en la ciudad Roque se hizo trasladar al mismo hospital donde había sido primero enfermero y enfermo después. Cuantos le veían huían de él… Pero pronto acudieron a él en masa por el prodigio que el Señor por su medio empezó a obrar: “¡Milagro, milagro!…” gritaban todos. ¿Qué había sucedido? Que Roque hacia la señal de la cruz sobre los enfermos apestados y quedaban inmediatamente curados. Que se ponía en los cruces de las calles y trazaba la señal de la cruz sobre aquellas hileras interminables de apestados y quedaban curados.
De vuelta hacia la cueva oyó una voz del Señor que le decía: “Roque, siervo mío bueno y fiel. Bien haz trabajado en mi servicio. También tú estás curado de tu enfermedad. Vuelve a tu patria y practica allí obras de penitencia para que puedas ser contado entre mis elegidos…” Y abandonó la ciudad de Plasencia.
PRISIONERO POR CRISTO
Gotardo y Roque formaban una pareja envidiable. Sus almas se habían compenetrado de tal forma que nada ni nadie las podía separar… Por otra parte Roque acababa de recibir una orden tajante del Cielo de que no volviera a su patria, a Montpellier… ¿Qué hacer? Había que obedecer. El puesto de Gotardo estaba allí, en Plasencia, para que con su cambio de vida fuera un continuo reclamo para aquellos ricos que usaban mal de sus riquezas y que se olvidaban del más allá y de hacer obras de caridad con los pobres. Para que recordaran que estamos de paso en este mundo y que todas las vanidades de esta tierra hemos de abandonarlas antes o después…
Lo dejó bien fortalecido en la fe, le formó lo mejor que pudo… y se despidió de aquel hermano de su alma… y se puso en camino hacia Montpellier. Al llegar a su patria se la encontró toda revuelta en intrigas y luchas intestinas por el poder… Al verle tan pobremente vestido… alguien sospechó de él y lo tomó por espía… le comunicó al gobernador y fue metido en la cárcel.
El gobernador que era su mismo tío y que de ninguna forma lo había reconocido, después de haberle interrogado para saber quien era y no sacar nada en claro, mandó que lo azotaran y que lo metieran en la cárcel con cadena perpetua. Ya en el calabozo, que era de lo más duro y lóbrego que se puede imaginar, Roque empezó a disfrutar en medio de los tormentos porque todo le parecía poco por aquel que por él había muerto en la Cruz… No vio ya durante cinco años que duró aquel tormento la luz del sol. A los malos tratos y hambre añadía otras mortificaciones corporales… Todo le parecía poco por Cristo y por sus hermanos los hombres…
Sé el primero en comentar en «San Roque: La fiesta "grande" de Tarija»